Primera
Parte
Bicentenario
del fallecimiento de José María Morelos y Pavón.
El 22 de Diciembre a las tres de la tarde de
1815, un hombre que brilló con luz propia dejaba de existir, su vida era
arrancada de tajo con la plena convicción de que su muerte provocaría que la
rebelión y el deseo de independencia se diluyeran en la Nueva España.
Sin embargo, la muerte de este personaje
carismático y de gran visión de estadista simplemente fortaleció el espíritu
independista y mantuvo la fe y la esperanza entre los hombres y mujeres que
deseaban alcanzar los anhelos de un país libre sin las ataduras que le impone
un conquistador, que en esa época su hegemonía venia en declive.
Ese personaje que fue admirado y que logro el
respeto de todo un pueblo fue José María Morelos y Pavón, quién sobresalió
entre los líderes independentistas en la Nueva España y en América, y su muerte, de acuerdo a los españoles en
aquellos días sería vista como la derrota colectiva de las masas, cuyas
esperanzas y expectativas no volverían a estallar. Pero que equivocados estaban
aquellos que consideraron que las derrotas y las victorias se obtienen en el
momento en que los caudillos desaparecen.
Al contrario, el legado dejado por Morelos en
aquella época permitió que otros hombres y otras mujeres tomaran la estafeta y
el tiempo marco la diferencia para que 6 años más adelante se cristalizará un
sueño, la Independencia de México.
José María Morelos y Pavón, fue fusilado
hincado y por la espalda en la antigua casa de los virreyes en San Cristóbal
Ecatepec. Antes fumó brevemente un puro y sosteniendo un crucifijo
dijo: “Señor, si he obrado bien, Tú lo sabes, pero si he obrado mal, me
acojo a tu infinita misericordia”. Vendó sus ojos él mismo y arrastrando
los pesados grillos, se hincó para recibir la descarga de fusilería.
En aquel espacio, queda inerte el cuerpo de un
personaje que brillo intensamente en la lucha por la Independencia, para sus
verdugos, Morelos era un hereje, el traidor, el mal sacerdote, pero para los
hombres y mujeres que vivieron esa época, simplemente era un héroe, un caudillo
en la más santa y más noble de las luchas; era el hombre más extraordinario que
participó en la guerra de independencia de México, era el generalísimo José
María Morelos y Pavón.
El Siervo de la Nación, como él decía ser,
dejo un legado que mostró con plenitud su carácter, su disciplina y su amor a
sus feligreses. Fue el primer constitucionalista que dejo muestra fehaciente de
su grandeza, era el hombre que estaba adelantado a su época y que soñaba de que
el pueblo fuera el principal gobernante.
El 13 de septiembre de 1813, en la cúspide de
sus logros militares, Morelos estableció en Chilpancingo el Congreso Nacional,
llamado Congreso de Anáhuac, con la
asistencia de los dirigentes insurgentes más importantes: Rayón, Sixto
Verduzco, José María Liceaga, José María Murguía, José Manuel Herrera, Carlos
María de Bustamante, José María Cos y Andrés Quintana Roo, entre otros. Al día
siguiente, en su discurso de apertura, Morelos expreso “que la soberanía reside esencialmente en
los pueblos; que transmitida a los monarcas, por ausencia, muerte, cautividad
de éstos, refluye hacia aquellos; que son libres para reformar sus
instituciones políticas, siempre que les convenga; que ningún pueblo tiene
derecho para sojuzgar a otro, si no precede una agresión injusta”.
El Congreso aprobó el 6 de noviembre el Acta
Solemne de Declaración de Independencia de América Septentrional, en la que
además de declarar independiente a la nación, se establecía para ella un
gobierno republicano.
Estos fueron los inicios de un país que
reclamaba su independencia, que reclamaba su libertad y buscaba la libertad de
todo individuo en tierras de América.
Continuará…
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