martes, 22 de septiembre de 2015

El Siervo de la Nación y su legado.

Primera Parte


Bicentenario del fallecimiento de José María Morelos y Pavón.
El 22 de Diciembre a las tres de la tarde de 1815, un hombre que brilló con luz propia dejaba de existir, su vida era arrancada de tajo con la plena convicción de que su muerte provocaría que la rebelión y el deseo de independencia se diluyeran en la Nueva España.
Sin embargo, la muerte de este personaje carismático y de gran visión de estadista simplemente fortaleció el espíritu independista y mantuvo la fe y la esperanza entre los hombres y mujeres que deseaban alcanzar los anhelos de un país libre sin las ataduras que le impone un conquistador, que en esa época su hegemonía venia en declive.
Ese personaje que fue admirado y que logro el respeto de todo un pueblo fue José María Morelos y Pavón, quién sobresalió entre los líderes independentistas en la Nueva España y en América,  y su muerte, de acuerdo a los españoles en aquellos días sería vista como la derrota colectiva de las masas, cuyas esperanzas y expectativas no volverían a estallar. Pero que equivocados estaban aquellos que consideraron que las derrotas y las victorias se obtienen en el momento en que los caudillos desaparecen.
Al contrario, el legado dejado por Morelos en aquella época permitió que otros hombres y otras mujeres tomaran la estafeta y el tiempo marco la diferencia para que 6 años más adelante se cristalizará un sueño, la Independencia de México.
José María Morelos y Pavón, fue fusilado hincado y por la espalda en la antigua casa de los virreyes en San Cristóbal Ecatepec. Antes fumó brevemente un puro y sosteniendo un crucifijo dijo: “Señor, si he obrado bien, Tú lo sabes, pero si he obrado mal, me acojo a tu infinita misericordia”. Vendó sus ojos él mismo y arrastrando los pesados grillos, se hincó para recibir la descarga de fusilería.
En aquel espacio, queda inerte el cuerpo de un personaje que brillo intensamente en la lucha por la Independencia, para sus verdugos, Morelos era un hereje, el traidor, el mal sacerdote, pero para los hombres y mujeres que vivieron esa época, simplemente era un héroe, un caudillo en la más santa y más noble de las luchas; era el hombre más extraordinario que participó en la guerra de independencia de México, era el generalísimo José María Morelos y Pavón.
El Siervo de la Nación, como él decía ser, dejo un legado que mostró con plenitud su carácter, su disciplina y su amor a sus feligreses. Fue el primer constitucionalista que dejo muestra fehaciente de su grandeza, era el hombre que estaba adelantado a su época y que soñaba de que el pueblo fuera el principal gobernante.
El 13 de septiembre de 1813, en la cúspide de sus logros militares, Morelos estableció en Chilpancingo el Congreso Nacional, llamado Congreso de Anáhuac, con la asistencia de los dirigentes insurgentes más importantes: Rayón, Sixto Verduzco, José María Liceaga, José María Murguía, José Manuel Herrera, Carlos María de Bustamante, José María Cos y Andrés Quintana Roo, entre otros. Al día siguiente, en su discurso de apertura, Morelos expreso “que la soberanía reside esencialmente en los pueblos; que transmitida a los monarcas, por ausencia, muerte, cautividad de éstos, refluye hacia aquellos; que son libres para reformar sus instituciones políticas, siempre que les convenga; que ningún pueblo tiene derecho para sojuzgar a otro, si no precede una agresión injusta”.
El Congreso aprobó el 6 de noviembre el Acta Solemne de Declaración de Independencia de América Septentrional, en la que además de declarar independiente a la nación, se establecía para ella un gobierno republicano.
Estos fueron los inicios de un país que reclamaba su independencia, que reclamaba su libertad y buscaba la libertad de todo individuo en tierras de América.

Continuará…

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