El campo mexicano lleva décadas perdido en el
umbral de la indiferencia, el descuido y su degradación como espacio
productivo, innovador y de vanguardia, ha dado lugar a que su situación sea
alarmante. El responsable de esta realidad, es indudablemente el Estado, el
cual ha mostrado un gran desinterés para fortalecer al campo, en especial a los
pequeños productores; por su falta de visión ha impedido generar las
condiciones propicias que permita sacar del subdesarrollo a este sector de gran
importancia para el país.
Es indispensable, atender y resolver los problemas
que se han venido acumulando por décadas y han puesto de rodillas al campo, sus
productores y todos aquellos que de una u otra forma participan en este sector.
No podemos olvidar que el proceso de industrialización,
urbanización, la globalización y los cambios tecnológicos han impactado en la
productividad de este sector, provocando una enorme brecha entre el desarrollo
de la agricultura que disponemos y el mercado exportador.
México, aún vive y dispone de una agricultura
tradicional de subsistencia, la cual continua con un retraso de cerca de 50
años, en comparación a diversos países que han puesto manos a la obra para
otorgarle a este sector el lugar que le corresponde.
Todo lo anterior, es una pequeña parte de los
verdaderos problemas que el campesino tiene que enfrentar ante la indiferencia
de sus autoridades y la falta de compromiso de los partidos políticos por
atender sus problemáticas y requerimientos. Es necesario avanzar con acciones
concretas que permitan su evolución, desarrollo y consolidación.
Hoy en día se requiere de una política
pública, que se encamine en atender y resolver con prontitud todas y cada una
de las limitaciones que el campo enfrenta y sus productores.
El campo en estos momentos sigue produciendo
pobreza, migración, improductividad y deterioro de las propias tierras por la
falta de atención y mejoras.
La falta de subsidios, asistencia técnica y
precios de garantía acorde al valor de los productos de los pequeños
productores, son parte del desastre que se vive en el campo. En la actualidad las actividades no
agrícolas representan un espacio en donde las familias rurales logran obtener
recursos.
Ante este desastre, es indispensable que el
campesino, asuma una posición de liderazgo e inicie un nuevo camino en donde lo
importante sea el futuro de sus tierras como el de su familia y su entorno
inmediato.
Como resolver el problema y generar las
condiciones que permita que el campo regrese por la senda del éxito y sea una
palanca de desarrollo generando empleo productivo para sus comunidades, la
respuesta es sencilla, avanzar con plenitud en una política de Revolución
Agropecuaria en donde se dé un salto cuántico de lo que hoy cuenta el campesino
y lo que podrá obtener y generar a favor de su familia, su comunidad, su pueblo
y su región; si avanza en modernizar y desarrollar el campo y convertirlo en un
centro productivo empresarial, donde cada uno de los campesinos sean miembro
activo de dicho centro empresarial agropecuario.
Lo anterior, no se logra solo brindando
apoyos financieros a los pequeños productores y darles acceso a más
fertilizantes y semillas mejoradas, hay mucho más que eso que puede
implementarse para que el pequeño productor se convierta en un empresario
agrícola, ganadero, avícola, foresta en conformidad a lo que realmente
pretendan producir, contribuyendo al mejoramiento de su ambiente, promoviéndose
la generación de empleo y generándose condiciones propicias que incidan
favorablemente en su crecimiento y competitividad.
La realidad es contundente, la crisis del
campo se debe a la falta de una verdadera política agrícola, que cambie los
subsidios por inversión productiva para que el Estado deje de administrar la
subsistencia del campo y lo ponga a producir. Fomentar el desarrollo rural va
más allá de hacer nuevos programas gubernamentales y sustituir los subsidios
por incentivos.
Las cifras del campo mexicano son alarmantes.
Aproximadamente el 27% de la población de nuestro país vive en el campo, pero
solo genera alrededor del 6.8% del Producto Interno Bruto (PIB). La pobreza en
el medio rural afecta al 81.5% de la población, mientras que la pobreza extrema
alcanza al 55.3%. El 25% de la población del campo es analfabeta, y solo uno de
cada diez campesinos ha recibido algún tipo de capacitación para el trabajo.
Mientras que la otra cara de la moneda muestra que el 45% de los productos
agrícolas que se consumen en el país vienen del extranjero y cuestan más de 20
mil millones de dólares anuales.
Rescatar al sector agropecuario conlleva
grandes retos. No basta con las grandes inversiones para la reactivación
económica del campo, se requiere que el Estado diseñe y desarrolle una política
agrícola nacional integral donde la tecnología, los canales de distribución, el
mercadeo y la generación de indicadores del sector sean la base esencial que
permita alcanzar objetivos y metas comunes.
Es indispensable corregir los desequilibrios
que provocaron el abandono al sector, tales como: la descomposición social, la
pobreza, la invasión de territorios agrícolas ahora bajo control de los grupos
delictivos, la desprotección comercial a los agricultores tradicionales, la
aparición de monopolios y oligopolios que impide la sana competencia, entre
otros factores. El campesino debe competir pero al mismo tiempo para competir
debe prepararse, modernizarse y ponerse en forma para afrontar los retos que es
incrementar la producción de manera organizada y planificada.
Por todo lo antes expuesto, el campo debe
iniciar un proceso de organización, planificación, modernización, desarrollo y
puesta en marcha de diversos programas que permita explotar las tierras con
plenitud, que los productores se capaciten de manera adecuada para eficientar
sus procesos de producción y que exista un equipo de trabajo que coadyuve a que
la distribución y los mercados en donde habrán de colocarse los productos le
permita a la población acceder a productos de alta calidad y precios
competitivos.
No sólo es cuestión de inversión y tecnificación,
es más que todo ello, es cuestión de generar condiciones de formar una nueva
comunidad campesina que al mismo tiempo que impulsa la producción y el
desarrollo agropecuario, se establezca modalidades de distribución y permita
que sus hijos, su familia se desarrollen y crezcan al mismo ritmo y
circunstancia del propio campo.
Por eso es indispensable, que exista una
nueva cultura que permita que el campesino se organice, genere su propio centro
empresarial, disponga de un pensamiento estratégico, conozca la gestión de
mercadeo, la operación del negocio, la gestión financiera, disponga de los
conocimientos en cuanto al registro de sus ingresos y gastos; así como
planifique sus créditos, su desarrollo y presencia en el ámbito regional,
estatal, nacional e internacional. Logrando con ello, su modernización y siendo
actor importante para la generación de empleo y bienestar social.
De estos temas y mucho más hablaremos en la
próxima entrega relativa a la Revolución Agropecuaria y el Salto Cuántico del
campo mexiquense.
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