MANIFIESTO A LA NACIÓN
Expedido en la
ciudad de México con motivo del triunfo de la República sobre la intervención
francesa.
Mexicanos:
El Gobierno nacional vuelve hoy a
establecer su residencia en la ciudad de México, de la que salió hace cuatro años.
Llevó entonces la resolución de no abandonar jamás el cumplimiento de sus
deberes, tanto más sagrados, cuanto mayor era el conflicto de la nación. Fue con
la segura confianza de que el pueblo mexicano lucharía sin cesar contra la
inicua invasión extranjera, en defensa de sus derechos y de su libertad. Salió
el Gobierno para seguir sosteniendo la bandera de la patria por todo el tiempo
que fuera necesario, hasta obtener el triunfo de la causa santa de la
independencia y de las instituciones de la República.
Lo han alcanzado los buenos hijos de
México, combatiendo solos, sin auxilio de nadie, sin recursos, sin los
elementos necesarios para la guerra. Han derramado su sangre con sublime
patriotismo, arrastrando todos los sacrificios, antes que consentir en la pérdida
de la República y de la libertad.
En nombre de la patria agradecida,
tributo el más alto reconocimiento a los buenos mexicanos que la han defendido,
y a sus dignos caudillos. El triunfo de la patria, que ha sido el objeto de sus
nobles aspiraciones, será siempre su mayor título de gloria y el mejor premio
de sus heroicos esfuerzos.
Lleno de confianza en ellos, procuró
el Gobierno cumplir sus deberes, sin concebir jamás un solo pensamiento de que
le fuera lícito menoscabar ninguno de los derechos de la nación. Ha cumplido el
Gobierno el primero de sus deberes, no contrayendo ningún compromiso en el
exterior ni en el interior, que pudiera perjudicar en nada la independencia y
soberanía de la República, la integridad de su territorio o el respeto debido a
la Constitución y a las leyes. Sus enemigos pretendieron establecer otro
gobierno y otras leyes, sin haber podido consumar su intento criminal. Después
de cuatro años, vuelve el Gobierno a la ciudad de México, con la bandera de la Constitución
y con las mismas leyes, sin haber dejado de existir un solo instante dentro del
territorio nacional. No ha querido, ni
ha debido antes el Gobierno, y menos debiera en la hora del triunfo completo de
la República, dejarse inspirar por ningún sentimiento de pasión contra los que
lo han combatido. Su deber ha sido, y es, pesar las exigencias de la justicia
con todas las consideraciones de la benignidad. La templanza de su conducta en todos
los lugares donde ha residido, ha demostrado su deseo de moderar en lo posible
el rigor de la justicia, conciliando la indulgencia con el estrecho deber de
que se apliquen las leyes en lo que sea indispensable para afianzar la paz y el
porvenir de la nación.
Mexicanos: Encaminemos ahora todos
nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus
auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los
derechos de todos los habitantes de la República.
Que
el pueblo y el Gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos,
como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.
Confiemos en que todos los
mexicanos, aleccionados por la prolongada y dolorosa experiencia de las
calamidades de la guerra, cooperaremos en lo de adelante al bienestar y a la
prosperidad de la nación, que sólo pueden conseguirse con un inviolable respeto
a las leyes, y con la obediencia a las autoridades elegidas por el pueblo.
En
nuestras libres instituciones, el pueblo mexicano es árbitro de su suerte. Con el único fin de
sostener la causa del pueblo durante la guerra, mientras no podía elegir sus
mandatarios, he debido, conforme al espíritu de la Constitución, conservar el
poder que me había conferido. Terminada ya la lucha, mi deber es convocar desde
luego al pueblo, para que sin ninguna presión de la fuerza y sin ninguna
influencia ilegítima, elija con absoluta libertad a quien quiera confiar sus
destinos.
Mexicanos: Hemos alcanzado el mayor
bien que podíamos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra
patria. Cooperemos todos para poder legarla a nuestros hijos en camino de
prosperidad, amando y sosteniendo siempre nuestra independencia y nuestra
libertad.
México, julio 15 de 1867
Benito Juárez
Benito
Juárez (1806-1872)
Estadista
liberal primigenio y padre de la segunda independencia del país, su biografía
es la historia de México. Precursor de la cultura del esfuerzo y patriota
visionario, aprendió español y luego latín, obtuvo el grado de Abogado en 1834;
inició su carrera pública como regidor del Ayuntamiento de Oaxaca, luego ministro
del Tribunal local; más adelante es electo diputado del estado, hasta ser
gobernador interino en 1847. Desterrado por venganza de Santa Anna, peregrina
entre La Habana, Nueva Orleans, Panamá y Acapulco, donde lo acoge Juan Álvarez.
Presidente
de la República tras un golpe a Comonfort en 1858 inicia su itinerante ruta a
la consolidación de la nación mexicana. Sobrelleva un exilio, la invasión
francesa y el imperio extraño entre levantamientos internos constantes. Padre
de la Reforma, su ejemplo de entereza y dignidad perdura en los siglos.
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