El viejo corporativismo se sigue fortaleciendo al interior de morena ante la complacencia de sus propias autoridades que no logran desactivar esta tendencia preocupante que debilita los principios y valores del movimiento regeneración.
Quienes estuvimos presentes en la más reciente concentración en el Zócalo capitalino, escuchando el Informe de Gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, logramos percatarnos que los grupos sindicales y corporativistas, están de regreso ocupando espacios de la población común, una población que ha sido desplazada y colocada en la retaguardia, frenando la participación ciudadana y debilitando la democracia.
La Cuarta Transformación enfrenta uno de sus desafíos más profundos, el evitar que mujeres y hombres sean desdibujados por el poder. La persistencia del sindicalismo y el grupismo, esa vieja práctica y estructura del control político que, en lugar de desaparecer en la 4T, ha encontrado nuevas formas de sobrevivir bajo el discurso de la transformación.
Muchos de los liderazgos de Morena, forjados en las luchas sociales, han perdido su conexión con la ciudadanía y en su intento por mantener su fortaleza, se han refugiado en prácticas corporativas heredadas del viejo PRI y del neoliberalismo, donde grupos, grupitos, grupotes y sindicalistas, operan más por interés personal que por convicción ideológica o bienestar social y humana.
Hoy en día esos liderazgos de morena están más preocupados por preservar privilegios y poder que por impulsar la democracia participativa y fortalecer la revolución de las conciencias.
Y no puede negarse, que lo visto en el Zócalo capitalino refleja un escenario donde el ciudadano vuelve a quedar desplazado, las nuevas generaciones políticas son marginadas, y la democracia interna de los movimientos progresistas se debilita.
El grupismo y el sindicalismo, lejos de representar organización social, se ha transformado en una trinchera de control y simulación, un obstáculo para la renovación que la Cuarta Transformación prometió.
Históricamente, el sindicalismo fue una fuerza legítima de organización obrera durante el cardenismo, pero con el paso del tiempo se deformó hasta convertirse en un mecanismo de subordinación política. Hoy, bajo el discurso del cambio, reaparece con nuevos rostros, pero con las mismas viejas prácticas y pretende que sus líderes tengan mano en encabezar candidaturas.
Su permanencia no solo retrasa la transformación del país, sino que erosiona los valores de justicia, igualdad y participación que le dieron origen y que a través de décadas han perdido, convirtiéndose en espacios donde el poder, la presión y el chantaje les permite obtener privilegios de asignación a una candidatura. Su estructura legal y su financiamiento mediante las cuotas sindicales le otorgan una base material y jurídica que le permite sostenerse más allá del voto ciudadano.
Esto genera una profunda asimetría política, pues mientras el ciudadano común lucha por hacerse escuchar, los sindicatos conservan representación, recursos y espacios de poder sin un verdadero sustento ideológico. Así, se impone una lógica de subordinación y dependencia, donde la necesidad laboral es usada como herramienta de control político. Más de lo mismo, dirían nuestros expertos.
Solo cuando la ciudadanía recupere la voz que le pertenece —sin tutelas, sin intermediarios, sin cuotas de poder— podrá hablarse de una democracia representativa.
La Cuarta Transformación se enfrenta a un gran desafío, liberarse del viejo corporativismo y del grupismo. La Revolución de las Conciencias debe seguir avanzando con paso firme y provocar que la Transformación Avance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario