domingo, 14 de febrero de 2016

“Con el demonio no se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre”. Papa Francisco.



Entrega de las llaves de Ecatepec

La llegada del Papa Francisco a Ecatepec fue en Helicóptero, en su breve trayecto del Campo Marte al lugar de su descenso en Ecatepec, logró percatarse de la desigualdad existente en un municipio que es considerado el más poblado de americalatina. Desde el aire, el Sumo Pontífice, registró en su memoria las condiciones en que se encuentra un Municipio que tiene grandes carencias, grandes necesidades y grandes retos, pero al mismo tiempo observo espacios en donde la opulencia y la vanidad se edifican con un orgullo enfermizo, donde se gesta una sociedad de pocos para pocos.
Asimismo, el Papa Francisco, aprovechando el vuelo, logrando conocer en su gran magnitud la grandeza de nuestro pasado al recorrer Teotihuacán y observar a través de la ventanilla la majestuosidad de las propias pirámides y la calzada de los muertos.
Conoció en breves momentos la majestuosidad de nuestro pasado y la decadencia de un presente, como lo es Ecatepec, que tiene la esperanza de transformarse en un futuro prometedor, donde hombres y mujeres están decididos a romper con esas amarras de la corrupción, la desigualdad, la inseguridad, la pobreza y la falta de oportunidades de empleo y desarrollo social.
Ecatepec es un municipio de más de 1,7 millones de habitantes perteneciente al Estado de México y a 20 minutos de la capital del país. Es un sitio con una tasa de pobreza del 49.0 % y en el que en 2015 se decretó una alerta de violencia de género en 11 municipios, donde Ecatepec es parte fundamental de la violencia de género.
Ecatepec en los últimos días, fue embellecido por la ruta que el Papa Francisco paso Rumbo a la homilía, asfaltado de las calles por las que pasaba el Papa, retirada de perros callejeros, adornos florales, controles de policía, recogida especial de basura, pinta de las fachadas de las viviendas que forman parte de los aledaños del recinto de la misa papal, en fin, un maquillaje que ofendió a los ciudadanos ecatepenses que simplemente, esperan que el Papa Francisco se quede en Ecatepec por lo menos hasta el 2108 para que las condiciones actuales del municipio más poblado de americalatina tenga la atención del Gobierno Estatal y Municipal que merece y se avance en su desarrollo, crecimiento y modernización.
Las autoridades estatales y municipales del Estado de México y Ecatepec, estimaron por lo menos 2 millones de fieles en la ruta del Papa Francisco; sin embargo, los reportes establecen que ni al millón se logró alcanzar, donde un gran número de ciudadanos vinieron de diferentes municipios del Estado de México, Hidalgo, Puebla y Veracruz.
El jerarca de la Iglesia Católica, Jorge Mario Bergoglio dio inicio a la ceremonia religiosa programada en el municipio de Ecatepec en la que, pidió traducir el afecto de Cristo en una conducta irreprochable. 
A continuación presentamos el texto completo de la homilía del Papa Francisco:
El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico de la Cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a prepararnos para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Tiempo especial para recordar el regalo de nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. La Iglesia nos invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado o en algún «cajón de los recuerdos».
Este tiempo de Cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor.
Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor único pero no sabe generar y criar «hijos únicos» entre nosotros. Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro no del «padre mío» y «padrastro vuestro».
En cada uno de nosotros anida, vive ese sueño de Dios que en cada Pascua, en cada eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios. Sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia. Sueño testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy.
Cuaresma, tiempo de conversión porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira, escuchamos en el evangelio lo que hacía con Jesús por aquel que busca separarnos, generando una sociedad dividida y enfrentada. Una sociedad de pocos y para pocos.
Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o vecinos, el dolor que nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro. Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y con dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena.
Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.
Las Tres tentaciones que sufrió Cristo. Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados. Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.
Primera: La riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos.
Segunda tentación: La vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás, «haciendo leña del árbol caído», va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias te doy Señor porque no me has hecho como ellos».
Tres tentaciones de Cristo, Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente.
Tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado.
Vale la pena que nos preguntemos:
¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos? ¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida? ¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuentes de alegría y esperanza para vencer esas tentaciones?
Hemos optado por Jesús y no por el demonio. Si nos acordamos lo que escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia sino que le contesta con las palabra de Dios con las palabra de la escritura. Porque hermanos y hermanas metámoslo en la cabeza con el demonio no se dialoga, no se pueda dialogar porque nos va a ganar siempre, solamente la fuerza de la palabra de Dios lo puede derrotar. Hemos optado por Jesús y no por el demonio.
Queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». ¿Se animan a repetirlo juntos tres veces? «Tú eres mi Dios y en ti confío».
Que en esta eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que «el Evangelio llega y llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús... sabiendo que con Él y en Él siempre renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1)
Luego de la Misa el Papa Francisco presidió el rezo del Ángelus.
A continuación el texto completo de sus palabras antes de la oración mariana:
Queridos hermanos:
En la primera lectura de este domingo, Moisés le da una recomendación al pueblo. En el momento de la cosecha, en el momento de la abundancia, en el momento de las primicias no te olvides de tus orígenes. No te olvides de dónde vienes. La acción de gracias nace y crece en una persona y en un pueblo que sea capaz de hacer memoria. Tiene sus raíces en el pasado, que entre luces y sombras fue gestando el presente. En el momento que podemos dar gracias a Dios porque la tierra ha dado su fruto, y así producir el pan, Moisés invita a su pueblo a ser memorioso enumerando las situaciones difíciles por las cuales ha tenido que atravesar (cf. Dt 26,5-11).
En este día de fiesta, en este día podemos celebrar lo bueno que el Señor ha sido con nosotros. Damos gracias por la oportunidad de estar reunidos presentándole al Buen Padre las primicias de nuestros hijos, nietos, de nuestros sueños y proyectos. Las primicias de nuestras culturas, de nuestras lenguas, de nuestras tradiciones. Las primicias de nuestros desvelos.
Cuánto ha tenido que pasar cada uno de ustedes para llegar hasta acá, cuánto han tenido que «caminar» para hacer de este día una fiesta, una acción de gracias. Cuánto han caminado otros que no han podido llegar pero gracias a ellos nosotros hemos podido seguir andando.
Hoy, siguiendo la invitación de Moisés, queremos como pueblo hacer memoria, queremos ser el pueblo de la memoria viva del paso de Dios por su Pueblo, en su Pueblo. Queremos mirar a nuestros hijos sabiendo que heredarán no sólo una tierra, una lengua, una cultura y una tradición, sino que heredarán el fruto vivo de la fe que recuerda el paso seguro de Dios por esta tierra. La certeza de su cercanía y solidaridad. Una certeza que nos ayuda a levantar la cabeza y esperar con ganas la aurora.
Con ustedes, también me uno a esta memoria agradecida. A este recuerdo vivo del paso de Dios por sus vidas. Mirando a sus hijos no puedo no dejar de hacer mías las palabras que un día les dirigió el beato Pablo VI al pueblo mexicano: «Un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad [...] para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable, […] no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones». Y luego prosigue el beato Pablo VI con una invitación a «estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos [...] para mejorar la situación de los que sufren necesidad», a ver «en cada hombre un hermano y, en cada hermano a Cristo» (Radiomensaje en el 75 aniversario de la Coronación de Ntra. Sra. de Guadalupe 12 octubre 1970).
Quiero invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos.
Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte.

Esta tierra tiene sabor guadalupano, la que siempre es Madre se nos adelantó en el amor, y digámosle desde el corazón: Virgen Santa, «ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz» (Evangelii gaudium, 288).

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